Estamos cenando en el chiringuito y sopla una suave brisa.
Genial, después del calorazo del día se agradece la brisilla nocturna, pero al cabo de un rato y ya con el estómago lleno de pescaíto y algún tinto de verano, la cosa cambia. La carne de gallina, pequeños escalofríos pero, como estamos en verano, me empeño en convencerme a mi misma de que la ropa que llevo es suficiente.